La fe como luz y consuelo: el legado espiritual del Papa Francisco
Una despedida sentida al Papa que caminó con el pueblo, iluminó con su fe y nos enseñó a no tener miedo.
Jorge Mario Bergoglio, el cura porteño que caminaba las calles de Flores y viajaba en colectivo, falleció el 21 de abril de 2025 a los 88 años. Más allá de su investidura como Papa, Francisco fue un hombre que nunca perdió su esencia: hincha apasionado de San Lorenzo, amante del mate y de las charlas sencillas. Su cercanía con la gente y su humildad lo convirtieron en un líder espiritual que trascendió fronteras y religiones.
La fe: un vínculo vivo con Dios
Para Francisco, la fe no era una lista de dogmas, sino una relación viva con Dios. En una catequesis de mayo de 2024, expresó:
“La fe es la virtud que hace al cristiano. Porque ser cristiano no es ante todo aceptar una cultura, con los valores que la acompañan, sino acoger y custodiar un vínculo: Dios y yo, mi persona y el rostro amable de Jesús.”
Esta visión de la fe como un lazo personal y amoroso con Dios fue el eje de su vida y su pontificado.
La fe frente al miedo y la desesperanza
Francisco veía la fe como una luz que disipa las sombras del miedo y la desesperanza. En octubre de 2024, dijo:
“La fe nos libera del horror de tener que admitir que todo termina aquí, que no hay redención para el sufrimiento y la injusticia que reinan soberanas en la tierra.”
Para él, la fe ofrecía una esperanza que trascendía la muerte y el sufrimiento, brindando consuelo y propósito.
Un legado de esperanza y compasión
El legado de Francisco se caracteriza por su cercanía a los más vulnerables y su llamado a vivir una fe activa y comprometida. Su mensaje de esperanza y compasión continúa inspirando a creyentes y no creyentes por igual.
Francisco nos enseñó que la fe no es una teoría, sino una forma de vivir con amor y esperanza. Su vida fue un testimonio de cómo la fe puede ser una luz que guía y consuela en los momentos más oscuros.
Voy a extrañar profundamente a Francisco. A Jorge. Al cura valiente que no se dejó domesticar por los moldes del poder. Siempre me conmovió su claridad, su ternura, su firmeza ante la injusticia. Fue, sin duda, el Papa al que más he admirado. Porque no solo habló de amor, lo practicó; no solo habló de misericordia, la encarnó. Y en un mundo que a veces se siente tan duro y cínico, su fe —lúcida, humilde, combativa— fue para mí una luz. Gracias por tanto, Francisco.